En la distancia...
Sigo el ritmo de tus pupilas,
anido fe en tu boca aclamando la mía;
son pulsiones de alegría contenida:
la ilusión de tocarte y hacerte mía.
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Sigo el ritmo de tus pupilas,
anido fe en tu boca aclamando la mía;
son pulsiones de alegría contenida:
la ilusión de tocarte y hacerte mía.
Porque no existen suficientes canciones que pudieran juntarse y hablar de tu infinito encanto,
y porque no hay tantos poemas en el mundo que pudieran cantar a tu gracia eterna;
porque la estadía en un solo cuerpo, en una misma, vida no alcanza para adorarte,
porque lo sublime se hizo carne en tus fibras, en tu manto-piel celestial.
¿Y qué si me pierdo en la oscuridad de tu cuerpo para llegar hasta la luz de tu alma?
Náufraga, en las mieles de tu amor, juré eternidad a lo efímero y me quedé en perpetua gracias, en la nirvana de tu exquisita piel.
Armerito y armerita que naufragas en lodo visceral,
en pantano de alta densidad,
hundes los sueños y los años de aquella vida,
en cruda realidad.
Porque entrañables fueron tus hijos,
Y de las entrañas más altas,
bálsamo sepulcral inundó tu valle de muerte…
tu vida fugaz.
No fueron las montañas,
no fueron los hielos de muerte sagaz:
fueron la negligencia y la soberbia
de aquel capataz.
Armerito, armerita,
desde el fondo del Sagrado Corazón,
revivo con desazón la memoria y sentencia,
tras treinta y cinco años de silencio y dolor.
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Ahora soy alma, ahora soy carne,
soy víctima estatal.
No me cala tu clan,
no me trama tu pensamiento sectarial.
Hegemonías por ideologías,
tus palabras son plagio y agonía,
bagatelas de Cabal hipocresía,
panfletos de llanto y melancolía.
Desde este ángulo, veo que -
como Sarmiento y aquel otro capataz -
triunfas en el platanal
como el macaco más coloquial.
Eres delfín de otro festín
y gozas sobre los destrozos
de la avaricia sin fin.
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Y sin ti, espectador de un vulgo que ya no aguanta,
con los pies, y no por el andén,
marcharé sin desdén.
Levantaré los brazos cuando agaches la cabeza,
pedirás perdón, antes de que grite:
“Colombiano, esto te pasa por huevón”.
Con tus pestañas de fique
Y tus
mejillas de lana virgen
Pareces
muñequito ancestral
De los
que vemos en nuestro andar
Tus
manitas pequeñitas
Y
blanquitas como sal
Palmeas
mis nalguitas
Como un
rosal